sábado, diciembre 10, 2005

Escondidos

Escondidos dentro de tu coche jugando, sin saberlo nadie, a ser descubiertos.
Tu mano recorriendo mis muslos, jugando con el liguero de las negras medias que hoy me ordenaste llevar.
Querías como siempre que nos encontramos, que llevara falda y elegí esta, cuadros negros y rosa, con tablas de colegiala. Sabía que te sorprendería con mi atuendo cuando me acercaba a ti, con el abrigo desabrochado lo justo para que te percataras de mi escasa indumentaria.
Subí al coche y diste un par de vueltas pensando donde llevarme.
Hablamos mientras la luna bañaba débilmente nuestros rostros. Nos besamos.
Me agrado que atraparas mis brazos con tus fuertes manos y me hicieras tenderlos hacía atrás.
Tu boca despojándome del jersey a besos, subiendo tu lengua lentamente hasta llegar a mis pechos.
Y ya no recuerdo el ritmo con el que intercalabas besos con azotes.
Arrodillada, tumbada sobre ti, angostamente sobre los asientos, me azotaste.
Tuve que ir contando los azotes que laceraban la piel de mis nalgas.
No podía pedirte que pararas. A veces me tomaba unos segundos para seguir contando porque el dolor inundaba mi mente hasta hacerme dejar de pensar.
Si me detenía tu dabas por finalizado aquel castigo. Pero yo seguía la cuenta hasta el número en que tu quisieras detenerte, mientras mi voz se quebraba en cada número que pronunciaba, cada vez más quedamente...
De vez en cuando te parabas para comprobar como mi sexo humedecía por ti, esperando más…
Yo iba perdiendo la noción de tiempo y lugar con cada azote.
Me recompensaste al final de aquel agridulce suplicio.
Tus manos acariciaban mi sexo hasta hacerme arrancar gemidos de placer que interrumpías con palmadas que apenas lograban frenar mi delirio.
Mis manos entrelazadas en mi espalda. Mis piernas abiertas, no me permitías cerrarlas…
Estallé de placer una y otra vez sobre tu mano sintiéndome desaparecer en aquel espacio infinito de pasión que creabas a mi alrededor, arrastrándome a tu universo de punzantes estrellas.
Creí despertar de un lejano sueño cuando sonriendo te tuve que pedir que detuvieras aquella sucesión interminable de deseo que galopaba sobre mi cuerpo, porque la locura rozaba ya mi mente, incapaz de sentir más…

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