miércoles, diciembre 13, 2006

Vidas Secretas (III)





Los acontecimientos se habían precipitado aquella mañana.

Andrea jamás pensó como iba a cambiar su vida, mientras se desperezaba al despertar.

Timothy la había besado en la frente antes de marcharse hacía su trabajo.

Ella remoloneó un rato más entre las sabanas y no le devolvió el beso.

Abrió los ojos cuando escuchó como se cerraba la puerta y supo que Timothy ya había salido de la casa.

Andrea se había tomado el día libre en su oficina, tenía algunos asuntos que resolver, nada importante ni urgente, pero necesitaba tomarse unas horas para solucionar algunos temas en el banco.

La habitación estaba en penumbra, aún no había amanecido, dio la luz de la lamparilla de la mesita de noche.

Odiaba la oscuridad, tenía miedo de volver a dormirse.

Últimamente siempre se le repetía el mismo sueño, intentaba despertar moviéndose, gritando…Pero era imposible.

Cuando por fin lograba abrir los ojos desde su pesadilla le aterrorizaba volver a dormirse, estar sola y que Timothy no pudiera zarandearla para despertarla.

Aquel sueño la angustiaba.

Al igual que su vida. Se sentía encadenada a aquel matrimonio y no sabía como enfocar el tema ni recuperar su libertad perdida. Había dejado de amar a Timothy.

Hacía ya tanto tiempo desde la última vez que se sintió enamorada de su marido que lo había incluso olvidado. Quizás habían pasado meses, quizás años…

Día tras día la misma rutina.

Ambos habían iniciado durante su noviazgo aquellos juegos de rol en los que él asumía el papel de ser su Amo y ella su sumisa, hasta llegar a convertirla en su esclava sexual.

Al principio era excitante aquel secreto que compartían frente a amigos y conocidos, pero con el tiempo Andrea llegó a sentirse atrapada en su relación.

Necesitaba experimentar todas aquellas sensaciones que Timothy le brindaba. Sentir aquella mezcla de dolor y placer se había convertido en una droga.

Se sentía ya dependiente de aquel tipo de relación pero tras sentirse atraída de un modo casi salvaje por un compañero de oficina, descubrió que había dejado de amar a su marido y que en sus fantasías era otro quien la sometía, quien la seducía, quien se convertía en su Dueño.

No sabía como escapar de aquella relación. No quería dañar a Timothy. Él la amaba.

Disfrutaban del sexo juntos, las sesiones eran placenteras y ella vivía su rol de esclava entregándose y sometiéndose a él, abandonándose a su antojo, sintiéndole el propietario de su cuerpo, aquél que gobernaba sus orgasmos y dosificaba su placer.

No había ya límites en aquella relación y ella había dejado de tener secretos para él.

Hasta que inició aquella aventura con su compañero de oficina.

Entonces todo aquel universo de entrega, que les pertenecía sólo a ellos dos, se resquebrajo en mil pedazos.

Ya no deseaba sus azotes, ya no disfrutaba de sus caricias ni podía someterse a sus caprichos sin remolonear.

Había dejado de amarle y ya no tenía sentido para ella que él le inflingiera dolor ni sus caricias lograban saciar su hambre de placer, tampoco se sentía recompensada como antes, tan sólo con un simple beso, cuando tras desatarla permitía que ella le abrazara.

De repente su vida era absurda.

Buscó el teléfono y llamó a su compañero de oficina, quizás podrían aprovechar la hora del almuerzo para tener un fugaz encuentro.

Aquellas citas furtivas se habían convertido en el único acicate que día tras día la hacían sentirse viva, mientras su alma moría en manos de quien alguna vez fue su Dueño.

No quería ya tener remordimientos, tampoco quería pensar en si su conducta era denigrante y ultrajaba los principios que una esclava jamás ha de traspasar : la fidelidad a su Amo, la traición a su confianza.

Lo cierto es que vulnerar aquellas normas no escritas la hacían sentirse fuerte frente a quien ahora se había convertido en el verdugo de su libertad.

Se levantó de la cama y tras despojarse del diminuto pijama procedió a perfumar todo su cuerpo, mientras se observaba en el espejo del comodín.

Su pelo aunque revuelto y despeinado era una invitación a la sensualidad.

Desnuda seguía siendo tan elegante como cuando llegaba a la oficina enfundada en cualquier estiloso vestido.

Volvió a acostarse en la cama. Su amante poseía una copia de la llave de la cerradura.

Confiaba en él. No era la primera vez que usaban su casa para encontrarse y amarse como posesos que comparten la misma locura.

El tiempo de espera lo dedicó a perderse en sus ensoñaciones, mientras su mano mojándose del placer del deseo, acariciaba su sexo, imaginando el bello cuerpo de su amante poseyéndola otra vez, adentrándose en su vientre, navegando por sus pechos con su lengua, surcando el mar alborotado de su carne, refugiando sus gemidos en el puerto de sus caricias.

Muy pronto oyó abrirse la puerta, los pasos hacía la habitación y pudo ver impaciente ya, la figura de su amante recortada en la penumbra avanzando hacía su lecho.

Él se despojó de su indumentaria antes de cobijarse bajo las mismas sabanas en las que ella ardiente y deseosa le esperaba.

No hubo tiempo de caricias, ni de besos, la cabalgó sin tregua, sin más preámbulos mientras ella gozosa gemía y suspiraba abrazándose al cuerpo de su amante.

La tragedia de lo imprevisto hizo zozobrar la nave de lujuria en la que navegaban.

Todo sucedió muy rápido. Una puerta abriéndose y cerrándose.

Unos pasos que se encaminan hacía la habitación.

Y antes de poder reaccionar ninguno de los amantes, una luz que se encendió.

Timothy horrorizado en el umbral de la puerta de la habitación contemplando la traición de la mujer que tanto amaba, su compañera, su amante, su esclava...